viernes, 16 de enero de 2009

No hay que preguntarle

Aún no teníamos respuestas. Es lo que más nos hería en el orgullo, pero también pesaba en el alma. La única luz al final del túnel fue un tren viniendo hacia nosotros que se nos llevó por delante, así, sin más. Fue como tener un accidente por nuestra propia estupidez. Mi ego podía soportarlo. El suyo no. Cuando nos detuvimos en medio de la plaza serían… ¿Qué? Las doce de la noche, más o menos. No me apetecía entrar, así que mandé a Jaime que se paseara él por el interior de aquel local. La vista del exterior era mucho más bonita que su interior, con eso lo digo todo. Me senté en la barandilla de piedra que daba a la plaza dónde habíamos estado segundos antes. Mi ego podía soportarlo. El suyo no. Sin embargo era yo la que tenía ganas de llorar mientras me congelaba las manos apoyadas en la fría piedra. Jaime no tardó en salir, con cara de resignado.

- Joder. Vas a tener tú razón y solo estamos haciendo el imbécil... – Me gruñó-.

1 comentario:

soyborderline dijo...

Con el frío que hace, ya tiene que ser fuerte el orgullo, para no sucumbir al calor de un bar.
Un saludo.